Nova reflexió, molt pitjor que l'anterior. Ja se sap: a les vacances, hi ha molt més temps per pensar

Memoria y olvido
Vamos a intentar hacer otra reflexión más, siempre que las agotadas neuronas que sobreviven a las vacaciones de verano nos lo permitan. Empezaremos con una cita de diario, que siempre da cierta calidad y cierto grado de intelectualidad a un escrito, por mediocre que acabe siendo. Demuestra, por un lado, que leemos el periódico (lo he leído hoy por casualidad, y únicamente el artículo que citaré), y, por otro, que somos capaces de relacionar aquello que leemos con alguna parcela de nuestra realidad, de nuestro día a día.
El País del 25 de julio destacaba que “la función de la memoria está intrínsecamente ligada a una de las características del sujeto: su dependencia del pasado, la imposible abdicación de su pasado, del saber indeclinable que uno es lo que ‘ha ido siendo’ hasta ahora”. La esencia del sujeto, por lo tanto, sería el pasado, aquel cúmulo de experiencias vividas y colmadas en el alma que inevitablemente influyen en todas las decisiones, en todas nuestras debilidades, nuestros deseos y nuestras aspiraciones. Si el pasado es el que forja nuestro comportamiento, es de esperar, aunque pueda parecer extraño, que es el pasado el que va tejiendo, mediante los hilos del presente, nuestro futuro. De hecho, puede que el presente, tan efímero, tan fugaz, no exista como entidad propia. Puede que sólo sea el puente necesario entre el pasado y el porvenir, el medio por el que el pasado puede propagarse hasta forjar las bases del futuro. El agente del pasado para lograr este fin y para no desaparecer casi nunca es la memoria.
La caja de resonancia de la memoria (no sólo la incrustada en nuestro cerebro, sino también la que se plasma en artículos, en libros, en enciclopedias o en monumentos) puede contener todo tipo de elementos. Un trauma infantil con alguna serpiente podrá hacer fácilmente que temamos a dichos animales durante toda la vida. Unos padres conservadores impondrán, probablemente, la misma ideología en sus hijos, a causa de la convivencia y de la transferencia de ideas que ésta impone. ¿Pero qué ocurre si la memoria nos aboca a momentos lamentables e indeseables que amenazan con atormentarnos en el futuro?. Es cierto que también podría ocurrir todo lo contrario, que nos transporte a momentos mágicos, pero si habláramos de eso ya habríamos acabado la reflexión ante un mundo evidentemente feliz, y no vale la pena.
Cuando el pasado no es deseado y con su poder de influencia parece escamparse a través del futuro no nos queda otro remedio que el olvido. Dicen que el tiempo lo cura todo, pero no creo que lo haga si no ponemos algo de nuestra parte. Voluntad, principalmente, pero también capacidad para esquivar la trayectoria que tenemos marcada.
Felicidad. Felicidad. Felicidad. Felicidad. Siempre en busca de la felicidad, nuestra obligación (que casi nunca acabamos cumpliendo por razones de descontrol e irracionalidad que por desgracia pocas veces podemos evitar) es purgar constantemente nuestro interior, lo que hemos sentido por otras personas, lo que nos ha hecho daño de algún modo. Contamos con una ventaja. El presente no existe. No vale la pena lamentarse por cosas que ya han sucedido, y siempre, cada segundo, tenemos la oportunidad de hacer nuestro futuro dando un porrazo al pasado si éste nos hace sufrir (librarnos del pasado doloroso no es librarnos del pasado por completo, porque como decía El País el pasado en todas sus fases somos nosotros, y sólo podemos elegir la fase que más nos convenga, pero eso ya es otro tema muy complicado).
El País del 25 de julio destacaba que “la función de la memoria está intrínsecamente ligada a una de las características del sujeto: su dependencia del pasado, la imposible abdicación de su pasado, del saber indeclinable que uno es lo que ‘ha ido siendo’ hasta ahora”. La esencia del sujeto, por lo tanto, sería el pasado, aquel cúmulo de experiencias vividas y colmadas en el alma que inevitablemente influyen en todas las decisiones, en todas nuestras debilidades, nuestros deseos y nuestras aspiraciones. Si el pasado es el que forja nuestro comportamiento, es de esperar, aunque pueda parecer extraño, que es el pasado el que va tejiendo, mediante los hilos del presente, nuestro futuro. De hecho, puede que el presente, tan efímero, tan fugaz, no exista como entidad propia. Puede que sólo sea el puente necesario entre el pasado y el porvenir, el medio por el que el pasado puede propagarse hasta forjar las bases del futuro. El agente del pasado para lograr este fin y para no desaparecer casi nunca es la memoria.
La caja de resonancia de la memoria (no sólo la incrustada en nuestro cerebro, sino también la que se plasma en artículos, en libros, en enciclopedias o en monumentos) puede contener todo tipo de elementos. Un trauma infantil con alguna serpiente podrá hacer fácilmente que temamos a dichos animales durante toda la vida. Unos padres conservadores impondrán, probablemente, la misma ideología en sus hijos, a causa de la convivencia y de la transferencia de ideas que ésta impone. ¿Pero qué ocurre si la memoria nos aboca a momentos lamentables e indeseables que amenazan con atormentarnos en el futuro?. Es cierto que también podría ocurrir todo lo contrario, que nos transporte a momentos mágicos, pero si habláramos de eso ya habríamos acabado la reflexión ante un mundo evidentemente feliz, y no vale la pena.
Cuando el pasado no es deseado y con su poder de influencia parece escamparse a través del futuro no nos queda otro remedio que el olvido. Dicen que el tiempo lo cura todo, pero no creo que lo haga si no ponemos algo de nuestra parte. Voluntad, principalmente, pero también capacidad para esquivar la trayectoria que tenemos marcada.
Felicidad. Felicidad. Felicidad. Felicidad. Siempre en busca de la felicidad, nuestra obligación (que casi nunca acabamos cumpliendo por razones de descontrol e irracionalidad que por desgracia pocas veces podemos evitar) es purgar constantemente nuestro interior, lo que hemos sentido por otras personas, lo que nos ha hecho daño de algún modo. Contamos con una ventaja. El presente no existe. No vale la pena lamentarse por cosas que ya han sucedido, y siempre, cada segundo, tenemos la oportunidad de hacer nuestro futuro dando un porrazo al pasado si éste nos hace sufrir (librarnos del pasado doloroso no es librarnos del pasado por completo, porque como decía El País el pasado en todas sus fases somos nosotros, y sólo podemos elegir la fase que más nos convenga, pero eso ya es otro tema muy complicado).


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